16 de mayo de 2016

Capullos de Verdad


Eres un hijo de puta. Y lo sabes. Y aunque piensas que eres un buen tío y muy amiguete de tus amigos con ella no dejas de ser un cabrón. Entras en su mundo, se lo descolocas todo y te vas, sin decir adiós, ni dar las gracias, ni pedir perdón. Sabes que la tienes, ella por ti sigue perdiéndose y lo mal disimula. Y coges montas ese decorado para ilusionarla pero es de quita y pon, y al final ella se queda con una escena de mentira, sin nadie y sin motivos para levantar el vuelo. Como la relación de una niña de sonrisa preciosa que ya nunca tiene y un padre maltratador cada vez más violento. Te necesitó a su lado y la desechaste. La utilizas y la matas, matas su ilusión, su vida, la vuelves frágil y fría. Y aún a día de hoy acabas pidiéndola una caricia más. Y, tonta de ella, te la dará. Conoces sus puntos débiles, donde dar para enamorarla, para desnudarla, pero solo haces lo de siempre, aprovecharte. Y lo volverás a hacer, y ella dirá “no, si ya sólo somos muy amigos, ya terminó todo eso, hablamos de todo como si nada.” No, tú la atas a la idea de que cambiarás por ella, te idealiza, la obsesionas y sólo le queda la idea de pensar que te verá otra vez porque sois amigos, pero tú eso lo sabes, sabes que se volverá a quitar la ropa por ti, y que en realidad no es más que una más, aunque ella con la luz apagada y abrazándote con más fuerza de lo habitual pensará, “esta vez sí.”  Escúchame pequeña, te matará.







Y tú tienes lo que quieres.

Ella que siempre pierde.

Y yo que dará igual lo que escriba.




“Ella tiene el dolor metido muy dentro, y cuando el dolor está tan dentro es devastador.”

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