Eres un hijo de
puta. Y lo sabes. Y aunque piensas que eres un buen tío y muy amiguete de tus
amigos con ella no dejas de ser un cabrón. Entras en su mundo, se lo descolocas
todo y te vas, sin decir adiós, ni dar las gracias, ni pedir perdón. Sabes que
la tienes, ella por ti sigue perdiéndose y lo mal disimula. Y coges montas ese
decorado para ilusionarla pero es de quita y pon, y al final ella se queda con
una escena de mentira, sin nadie y sin motivos para levantar el vuelo. Como la
relación de una niña de sonrisa preciosa que ya nunca tiene y un padre
maltratador cada vez más violento. Te necesitó a su lado y la desechaste. La
utilizas y la matas, matas su ilusión, su vida, la vuelves frágil y fría. Y aún
a día de hoy acabas pidiéndola una caricia más. Y, tonta de ella, te la dará.
Conoces sus puntos débiles, donde dar para enamorarla, para desnudarla, pero
solo haces lo de siempre, aprovecharte. Y lo volverás a hacer, y ella dirá “no,
si ya sólo somos muy amigos, ya terminó todo eso, hablamos de todo como si nada.”
No, tú la atas a la idea de que cambiarás por ella, te idealiza, la obsesionas
y sólo le queda la idea de pensar que te verá otra vez porque sois amigos, pero
tú eso lo sabes, sabes que se volverá a quitar la ropa por ti, y que en
realidad no es más que una más, aunque ella con la luz apagada y abrazándote
con más fuerza de lo habitual pensará, “esta vez sí.” Escúchame pequeña, te matará.
Y tú tienes lo que
quieres.
Ella que siempre
pierde.
Y yo que dará igual
lo que escriba.
“Ella tiene el dolor metido
muy dentro, y cuando el dolor está tan dentro es devastador.”