26 de abril de 2011

Distancia de Verdad IV











La distancia. La distancia se reduce a miedo. Unas veces quema, otras enfría. Tiene sus pros, mientras casi siempre ganan sus contras. Nunca se le saca ventaja a la distancia, siempre va por delante de ti, desafiándote. Echándote un pulso. No vale fallar. Si titubeas, pierdes. Si dudas, pierdes. Si planeas, pierdes. Te cambia, te condiciona, te ahoga, te supera, te pierde. Te gana.

Empiezas a pensar demasiado las cosas, a darle más vueltas de las que deberías y llegas a la conclusión de que no. De que sí, está bien. Pero esto tiene que acabar. Exige demasiado sacrificio y cuando por fin, la distancia es cero, piensas en los problemas que tienes en la distancia, en tus preocupaciones y no te despreocupas que tu mayor preocupación ahora mide cero, vale cero. Y de repente se han acabado esos días de distancia cero, pasan a 300 km/h. Y dices, “cojones, esto es muy duro”. Mientras sea duro no penséis haceros los duros, perderéis. Punto.


Hasta que llega tu punto de apoyo, la frase que necesitabas oír, sentir con fuerza de esa persona que más valoras, que más te ayuda, que sabe hablarte. Joder una simple frase que dice la verdad, que te hace darte cuenta de que las cosas se viven, de que a esa persona, que es de las pocas que valen y te valen, coge y te dice lo que no sabías que querías escuchar: “¿¿La distancia?? A la distancia me la como yo con patatas fritas”.
 


Y no hay más.






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