Me despierto. Totalmente incapaz de
levantarme. Sigo en la cama, despierta con los ojos cerrados. Y cambio de
postura. No me quiero levantar. Hoy no quiero. Porque no puedo.
Porque caigo en que no estás. Por
qué te fuiste así. Tan de repente. Tan rápido.
Por qué te fuiste si no te di
permiso...
Sólo tú sabías hablarme. Me
aliviabas. Eras mi fuerza y mi valor. Sé que no serías eterno. Pero dime que
aun estás ahí. Júrame que estés donde estés, me ves. Te echo de menos a rabiar,
te necesito. Es eso. Te necesito. Te quise con locura y te quiero a morir de
dolor.
Qué duro fue perderte de una manera tan real. No lo entendía. Me lo
dijeron y me quedé hueca, fuera de todo. No podía ser verdad. Me negué. Y me
sigo negando. La gente me dice que ya lo superaré. Esa gente es idiota, esto no
se supera, se aprende a vivir con ello toda la vida.
Y sigo en la cama, con los ojos
cerrados, la almohada siempre aguantando y sintiéndome así, frágil.
Qué asco de
vida desde que no estás. ¿Sabes? Nadie me entiende. Nadie. Nadie sabe lo que
era verte por sorpresa. Y abrazarme. Y verme en casa. Tú eras CASA. Da igual lo
que pasase fuera, eras CASA y todo era paz.
Cuando te fuiste, me fui yo
también. Me dejaste sin vida. Qué vacío más hondo y real. Hay días en que solo
tú puedes levantarme el ánimo. Y me niego a creer que no vas a venir en todo el
día.
Prometí volverte a ver, no se me
olvida. Tú cumplías todas mis promesas, así que ahora me toca cumplir a mí. Te
quiero con todo lo que soy. Con lo poco que ahora soy. Te necesito en mí día a
día, y mañana no vendrás.
Y pasarán los años que aquí estarás,
tan en mí, sin ti. Tan en mí.
Si vuelves, te prometo que no
vuelvo a dormir con la camiseta de la calle. Pero vuelve porfi. Vuelve.