Y te conocí, no te reconocí hasta
que supuse que esa sonrisa era demasiado cómplice y estaba demasiado cerca como
para ser para otro.
Te esperaba con el pelo liso y lo tenías rizado. Te
esperaba con la piel blanca, pero venías de la playa. Me vi tranquilo y
excitado. Con ganas y con miedo.
Ojos como platos, sonrisa adictiva y
desparpajo de aquí te pillo y no me callo. Sabías lo que decías, y aunque lo
improvisabas, tus gestos ya tenían una experiencia natural y atractiva.
Hipnótica, de muchas palabras con mucho contenido, y en cada coma como siempre,
una sonrisa. Así no podía seguir. Demasiado demasiado fue todo para que luego
no se quedase en nada.
Cogí la tranquilidad, la excitación y las ganas y le
sume el valor. Me resultaba un reto físico e intelectual, pero por suerte
sonrió al verme y yo aún no había abierto la boca. Fue un tango de risas, detalles
y momentos. Fue una noche larga para todos y “¿Ya?” para nosotros. Fue
perfecto porque duró poco, lo suficiente para que ella me dijera al siguiente
día “Oye, ayer estuvo muy bien, ¿verdad?”
Verdad.
Continuará...
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